
Un amigo me habló de una oportunidad de prácticas en España. Tras pensármelo… dos segundos, acepté sin dudarlo. Y ahí estaba yo, dando el insólito paso de dejar mi isla, Reunión, y las cálidas aguas del océano Índico, para descubrir la Península Ibérica junto a cuatro compañeros.
Cuando llegué, mi primera sensación fue de profunda alegría, provocada por el cambio total de escenario, ya fuera geográfico, cultural o, sobre todo, climático. Los españoles estaban llenos de entusiasmo y generosidad, en contraste con la frialdad que a veces se percibe en las calles. Reina una serenidad ambiental, sobre todo en Córdoba, donde transcurrió la mayor parte de mi estancia. Esta ciudad está llena de interés: su fascinante historia, su notable arquitectura y su emblemática cultura la convierten en una visita obligada para cualquiera que desee explorar las costumbres históricas y artísticas de este país.


Esta experiencia también me hizo darme cuenta de lo acertado que habría sido no juzgar mis conocimientos de español únicamente por el, digamos, peculiar código de vestimenta de mi profesor de instituto. Al vivir plenamente esta aventura, me di cuenta de la magnitud de la barrera lingüística.
Esta experiencia también me hizo darme cuenta de lo acertado que habría sido no juzgar mis conocimientos de español únicamente por el, digamos, peculiar código de vestimenta de mi profesor de instituto. Al vivir plenamente esta aventura, me di cuenta de la magnitud de la barrera lingüística.
Si España le llama, no lo dude más de tres segundos. Es una experiencia única, y más siendo joven.
